Plutarco Urrutia, el juglar vallenato que lucha contra la adversidad en las calles de Medellín

Nació en Montelibano y se ganó el Primer Festival Alejo Durán en Montería.
En el bullicioso pasaje Junín de Medellín, un hombre de 83 años, Plutarco Urrutia, se sienta en una banca con la mirada perdida en recuerdos de una vida que alguna vez brilló bajo los reflectores. Este acordeonista, cuya música resonó por décadas en Colombia, Venezuela, Ecuador y México, hoy deambula por las calles vendiendo discos para sobrevivir, mientras sueña con viajar a México, donde sus canciones aún encuentran eco en la memoria colectiva.
Nacido en Montelíbano, Córdoba, antes de que el departamento existiera, Plutarco fue un ícono del folclor vallenato. En su juventud, compartió escenario con grandes como Alejo Durán, Alfredo Gutiérrez y Lisandro Meza, y llegó a tocar en la opulenta Hacienda Nápoles para Pablo Escobar. Sus cumbias y paseos alegraron a multitudes, pero hoy, la fama es solo un eco lejano. Plutarco asegura que una “brujería” lo condenó a la locura y a la pobreza. “Escucho dos perros en mi cabeza, uno ladra grueso y otro fino. A veces un gallo o una paloma”, cuenta con voz temblorosa, atribuyendo su desgracia a un hechizo que, según él, lo despojó de todo.
A pesar de su edad y una sordera que lo obliga a escuchar gritos para entender, Plutarco conserva su talento. Aunque los ladrones le arrebataron su acordeón, aún canta con afinación y recuerda con nitidez su llegada a Medellín a los 20 años, su amistad con Alejo Durán y los días de gloria. “Me crié en la montaña, entre guerrilleros, pero el acordeón me salvó”, relata, evocando cómo su tío le regaló su primer instrumento a los 14 años, desatando su pasión por la música.
Hoy, Plutarco vive de la venta de sus discos en el pasaje Junín, donde ofrece su más reciente sencillo, El Colombianito, una canción dedicada a Jesucristo, aunque adaptada con una letra “mundana”. Su meta es reunir dinero para viajar a México, donde cree que su música aún puede abrirle puertas. “A mis 83 años, Dios me da fuerzas para seguir”, dice con una sonrisa que mezcla esperanza y resignación.
La historia de Plutarco Urrutia es un recordatorio de la fragilidad de la fama y la resiliencia del espíritu humano. Mientras enfrenta la adversidad, su voz y su legado persisten, esperando ser redescubiertos. ¿Volverá este juglar a encontrar su lugar en el escenario? Solo el tiempo y su fe lo dirán.