La última guardia: el fallecimiento del general Jorge Enrique Mora y el cierre de una era en la seguridad nacional

El fallecimiento del general (r) Jorge Enrique Mora Rangel, una de las figuras más influyentes en la historia militar contemporánea de Colombia, marca un punto de inflexión en la memoria institucional del país. Su muerte, ocurrida en el Hospital Militar Central, no solo representa la partida de un alto mando, sino el fin simbólico de una generación de oficiales que moldearon —para bien o para mal— la doctrina de seguridad en tiempos de conflicto armado, transición política y debate nacional sobre el rol de las Fuerzas Militares.
Mora Rangel fue un nombre que nunca pasó desapercibido. Durante décadas ocupó posiciones estratégicas en el Ejército y en la cúpula de las Fuerzas Militares, siendo testigo y protagonista de algunos de los capítulos más duros de la guerra contra las guerrillas y el narcotráfico. Su figura, rodeada de lealtad institucional, críticas, reconocimiento y controversias, refleja las complejidades de un país que ha construido su democracia en medio de tensiones, violencia y búsqueda de paz.
Un militar formado en los momentos más duros del conflicto
Su carrera, iniciada en los años 60, fue escalando en medio de un país que vivía oleadas de violencia rural, expansión guerrillera y consolidación de economías ilegales que afectaron la seguridad del Estado. Como comandante del Ejército y más tarde de todas las Fuerzas Militares, Mora desempeñó un papel central en la implementación de estrategias de seguridad que marcaron una época.
Para sus defensores, fue un militar disciplinado, comprometido con la estabilidad institucional y con la defensa del territorio en un contexto adverso. Para sus detractores, representó una visión dura, centralizada y muchas veces alejada de los cuestionamientos que movimientos sociales y organismos de derechos humanos hicieron a las operaciones militares de su tiempo.
Entre la guerra y la paz: una vida marcada por dicotomías
Uno de los aspectos más simbólicos de su trayectoria fue su participación, ya en retiro, como miembro del equipo negociador del Gobierno en los diálogos de paz con las FARC. Ese tránsito —de la confrontación armada a la mesa de negociación— lo convirtió en un puente entre el mundo castrense y el proceso político que buscaba cerrar más de cinco décadas de conflicto.
Su presencia en La Habana generó confianza entre sectores militares y, a la vez, suspicacias en grupos que consideraban que su visión de seguridad podría entrar en choque con la búsqueda de reconocimiento y verdad. No obstante, su participación confirmó una realidad: los procesos de paz no se consolidan sin voces diversas, incluso aquellas que antes pisaron los terrenos más hostiles de la guerra.
Un legado que exige análisis y no solo homenajes
La muerte del general Mora invita a un análisis profundo más que a un homenaje simplista. Su legado, como el de todos los actores centrales del conflicto colombiano, está tejido de aciertos, sombras, decisiones difíciles y consecuencias que aún se estudian.
Los sectores militares lo recuerdan como un líder firme, que sostuvo la moral castrense en momentos críticos. Otros sectores señalan que bajo su mando ocurrieron episodios que hoy siguen en revisión judicial y que forman parte del debate nacional sobre los límites de la fuerza y la responsabilidad institucional.
La memoria histórica exige no caer en extremos: ni la glorificación ciega ni la condena reduccionista permiten comprender la complejidad de un país que ha vivido en guerra. La figura de Mora Rangel es una muestra de ello: un hombre que dedicó su vida al servicio militar, pero cuyas decisiones siguen siendo materia de reflexión sobre la ética, la justicia y la seguridad democrática.
Un país que cambia, una Fuerza Pública que también debe hacerlo
Su muerte ocurre en un momento donde Colombia replantea el papel de sus Fuerzas Armadas ante nuevas amenazas: bandas criminales, economías ilegales más diversificadas, violencia urbana, disidencias fragmentadas y una ciudadanía que exige más transparencia, respeto a los derechos humanos y reformas institucionales profundas.
Recordar a Mora Rangel, entonces, es también reflexionar sobre la necesidad de modernizar la doctrina de seguridad, fortalecer la legitimidad institucional y avanzar en mecanismos que fortalezcan la confianza ciudadana en la Fuerza Pública.
Conclusión: el cierre de un capítulo y la oportunidad de construir memoria
La partida del general Jorge Enrique Mora Rangel cierra un capítulo trascendental en la historia militar de Colombia, pero también abre una oportunidad para discutir con madurez qué significa la seguridad en un país que ha sufrido tanto, que ha negociado en la adversidad y que aún lucha por consolidar la paz.
Más que un final, su muerte es un punto de partida para revisar el pasado, reconocer las lecciones aprendidas y construir un futuro donde la fuerza, la justicia, la memoria y la reconciliación puedan coexistir sin contradicciones.



