Colombia

Regalos que encierran violencia: la estrategia de los grupos armados para seducir a jóvenes en Colombia

En varias regiones del país, diciembre dejó una imagen inquietante que va más allá del folclor navideño y la solidaridad comunitaria. Denuncias recientes advierten que grupos armados ilegales estarían entregando regalos, mercados y dinero a jóvenes y niños, una práctica que, lejos de ser un gesto altruista, responde a una estrategia calculada de control territorial y reclutamiento silencioso. Bajo el disfraz de la generosidad, estas organizaciones refuerzan su presencia y normalizan su poder en comunidades vulnerables.

El fenómeno no es nuevo, pero sí cada vez más visible. En contextos marcados por la pobreza, la ausencia del Estado y la falta de oportunidades, un regalo puede convertirse en un símbolo de cercanía y falsa protección. Los grupos armados entienden esta realidad y la explotan: el obsequio no es inocente, es el primer eslabón de una cadena que busca lealtad, silencio y, eventualmente, vinculación directa a estructuras criminales.

Desde una mirada periodística, el problema no radica únicamente en la entrega de juguetes o mercados, sino en el mensaje que se transmite. Para muchos jóvenes, estos actores terminan ocupando el lugar que deberían tener las instituciones públicas: el del apoyo, la presencia y la respuesta a las necesidades básicas. Cuando el Estado no llega, otros llenan ese vacío, incluso con fines abiertamente ilegales.

Las autoridades han advertido que este tipo de acciones suelen preceder el reclutamiento forzado o “voluntario”, una línea difusa cuando se trata de menores de edad condicionados por el entorno. El regalo genera gratitud, pero también compromiso. A partir de ahí, comienzan las solicitudes “menores”: vigilar, transportar mensajes o servir de informantes, hasta que la salida se vuelve prácticamente imposible.

La situación resulta especialmente alarmante porque instrumentaliza fechas cargadas de simbolismo emocional. La Navidad, asociada a la unión y la esperanza, es utilizada como herramienta de propaganda y legitimación social. Así, los grupos armados no solo buscan sumar combatientes, sino construir aceptación comunitaria y reducir la resistencia social frente a su accionar.

Este escenario también expone una falla estructural del Estado colombiano. Mientras no existan políticas sostenidas que garanticen educación, empleo juvenil, cultura y recreación en los territorios más golpeados por la violencia, los jóvenes seguirán siendo presa fácil de estas estrategias. La respuesta no puede limitarse a operativos militares o comunicados de alerta; requiere inversión social real y presencia institucional constante.

Organizaciones defensoras de derechos humanos han insistido en que el reclutamiento de menores es una grave violación al derecho internacional humanitario. Sin embargo, la persistencia de estas prácticas demuestra que las medidas actuales son insuficientes. Cada niño o joven seducido con un regalo es una alerta temprana de una tragedia mayor que puede estallar meses después.

En conclusión, la entrega de regalos por parte de grupos armados no es un acto solidario, sino una forma sofisticada de violencia. Es la antesala de la cooptación de una generación que crece entre la precariedad y la intimidación. Visibilizar esta realidad es fundamental, pero aún más urgente es que el Estado recupere el terreno perdido, no con fusiles, sino con oportunidades reales que hagan innecesario aceptar un regalo que, en el fondo, tiene un alto costo humano y social.

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