Colombia

Colombia sacudida otra vez: los nuevos temblores reabren el debate sobre preparación, riesgo y resiliencia sísmica

Una nueva sucesión de temblores en Colombia ha vuelto a poner sobre la mesa una discusión que trasciende los balances técnicos y los registros de magnitud: la forma en que el país convive con una realidad geológica en la que el riesgo sísmico es parte del día a día. La mañana de este viernes 12 de diciembre de 2025 quedó marcada por múltiples movimientos telúricos, incluyendo un sismo de magnitud 3,3 con epicentro en Los Santos (Santander) y numerosas réplicas leves en diferentes regiones. Ninguno de estos eventos causó daños materiales significativos ni víctimas, pero su acumulación en pocos días reavivó inquietudes ciudadanas y cuestionamientos institucionales que requieren atención urgente.

Colombia está ubicada en una zona tectónicamente activa, atravesada por sistemas de fallas complejas que la vinculan directamente al llamado Cinturón de Fuego del Pacífico. A esto se suma la presencia local de focos sísmicos como el conocido “nido de Los Santos”, donde con frecuencia se registran sismos de intensidad moderada a ligera. Aunque la mayoría no se perciben con fuerza o no causan afectaciones directas, la acumulación de eventos recientes —incluyendo un sismo de magnitud 5,8 hace apenas días que se sintió en Bogotá, Medellín y la Costa Caribe— obliga a replantear un asunto básico: el país está preparado para eventos de mayor intensidad?

El fenómeno de hoy, con epicentro a 140 kilómetros de profundidad, ilustra una característica poco reflexionada por el público general: no todos los sismos devastadores vienen de terremotos superficiales y visibles. Los movimientos de profundidad intermedia, como los ocurridos esta semana, se sienten en grandes áreas sin causar rupturas superficiales, lo cual puede generar una falsa sensación de normalidad o de inofensividad. Sin embargo, lo que para muchos es una “sacudida leve” puede ser el preámbulo de tensiones geológicas que, en otro contexto, tengan mayores repercusiones.

Este continuo ir y venir de actividad sísmica plantea, de nuevo, una pregunta incómoda: ¿están nuestras ciudades, viviendas e infraestructuras realmente preparadas para soportar un evento de mayor magnitud? Las normas de construcción en Colombia integran criterios antisísmicos desde hace décadas, pero la implementación y el cumplimiento efectivo de esas normas en todos los estratos socioeconómicos siguen siendo una asignatura pendiente, especialmente en zonas urbanas de rápido crecimiento y en regiones rurales donde la informalidad constructiva es común.

Las réplicas de hoy, aunque ligeras, también son un llamado de atención para los sistemas de gestión del riesgo locales y nacionales. Si bien los organismos como el Servicio Geológico Colombiano (SGC) monitorean y reportan constantemente la actividad sísmica, es evidente que la sociedad en su conjunto necesita transformar esta información en acciones concretas: simulacros regulares, educación pública sobre cómo actuar ante un temblor fuerte, y planes de contingencia comunitarios que no dependan exclusivamente de las autoridades centrales.

Más allá de la técnica, está la percepción ciudadana. En ciudades donde los sismos se sienten con regularidad, la respuesta puede variar desde la alerta y la preocupación hasta la indiferencia. Esta última puede ser peligrosa: subestimar la peligrosidad de un evento repetido puede llevar a que se desestimen recomendaciones oficiales, se omitan refuerzos estructurales y se ignore la necesidad de preparación activa. Un país que convive con temblores frecuentes necesita una cultura pública de riesgo, no solo registros estadísticos.

Además, el contexto reciente —marcado por una serie de temblores concentrados en pocos días— obliga a vincular la percepción ciudadana con la responsabilidad institucional. Los sistemas de alerta temprana, la capacidad de respuesta de los bomberos y la coordinación entre entidades municipales y nacionales deben ser evaluados con rigor después de cada oleada de sismos, sin esperar a que ocurra un desastre mayor para identificar fallas.

No se trata de alarmismo, sino de realismo preventivo. Un sismo de mayor magnitud —que podría ocurrir en cualquier momento dada la ubicación geográfica de Colombia— no da aviso previo. La mejor manera de enfrentar esa posibilidad no es con resignación, sino con preparación: educación continua, infraestructura resiliente y comunidades empoderadas para actuar con rapidez. La memoria de generaciones que han vivido terremotos y réplicas puede convertirse en una herramienta valiosa si se traduce en preparación y conocimiento colectivo.

La actividad sísmica de este viernes no causó daños, pero sí dejó un mensaje claro: Colombia por sí misma es un laboratorio geológico dinámico, y cualquier día puede presentarse un evento mayor. La prevención no puede seguir siendo reactiva; debe ser sistemática, inclusiva y sostenida.

En un país que tiembla con frecuencia, la resiliencia no es una opción: es una necesidad.

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